Estaban todas nerviosas, expectantes. El día había llegado; fueron creadas y adiestradas especialmente para la ocasión, así que el gran viaje debía dar comienzo.
Apelotonadas unas contra otras, aguardaban su turno. La concentración en esta ocasión era excesiva, más abundante que en los últimos meses, incluso que los últimos años. Ciertamente, se esperaba desde hace mucho, mucho tiempo, que hubiera tal afluencia en la Tierra.
Por fin, la transformación y, ¡a volar! El viento las balanceaba primero hasta despedirlas hacia el maravilloso caos de la lluvia. El viaje había comenzado y el perfecto orden de las filas de gotas nerviosas dio paso al desorden de la batalla emprendida: la Tierra será invadida.
Una tras otra golpeaban el suelo sin dolor, esparciéndose y multiplicándose en cientos, miles de ellas, uniéndose de nuevo en un solo elemento.
Llovió, corrían los arroyos, suspiraban los ríos, los saltos de agua y cascadas gritaban sobre ecos ensordecidos. Todas unidas como una gran hermana se deslizaron y viajaron hasta encontrar la calma.
La calma, en aquella ocasión, se llamaba Embalse de Aguascebas (*). Podría haber caído en cualquier otro lugar: sobre la tierra, en una flor. Pero no, lo hizo en ese bonito paraje, en aquel ojo de Cíclope escondido entre grandes riscos y pinares. Un lugar en el que, si alguien llegaba allí con los ojos tapados y desorientado, al destaparlos creería estar en algún paisaje del norte de la Península por su morfología alpina y la belleza de sus aguas: con un color verde especial y cristalino donde se deja ver en las profundidades sus correntías.
Ahora, como cuando habitaba en aquella nube allá en el cielo, vuelve a estar en calma, siendo entre todas una, esperando que se unieran muchas otras hasta hacer rebosar aquella gran balsa líquida.
Por fin lo hizo, y comenzó otro viaje, esta vez sobre la tierra. Caía el agua por el rebosadero formando una bonita cascada. Por el aire, y al golpear las rocas, se desprendían volviendo a ser gotas. La de nuestra historia aguantaba y sigue siendo río, arroyo feroz que ruge por la garganta de tierra con ganas de gritar mil alabanzas por su victoria al abrirse paso entre los riscos.
Pero, como todo principio tiene un final, este se escucha desde lejos. Tal es el grito que ensordece los sentidos; la furia del agua cayendo por el gran tobogán llamado Osera.
La Osera, para aquellos que no comulguen con estos lares, es la cascada más grande de Andalucía, así como la segunda más alta de España. Caer 130 metros… ¿Qué es esto para nuestra gota desprendida desde una nube? Lo fue todo, pues en una ráfaga de viento descomulgó de sus compañeras, volvió a ser una, fragmentándose en la cara de un humano que, atolondrado ante el espectáculo, recibía una y otra vez cientos de moléculas acuáticas estampadas como lágrimas dulces sobre su cara.
El Senderista Loco tomó alguna que otra fotografía; secó su cámara y apartó de su faz esa gota derrotada tras un viaje fantástico desde el cielo hasta la maravillosa cascada llamada Osera. Tras permanecer el tiempo suficiente bajo la ducha de destino incierto, puso rumbo a otro salto de agua, el Chorrogil, pero esta será otra historia que os contaré en otro momento.
Nos vemos por las sendas de Jaén. No te pierdas…O sí.
*Este pequeño embalse se encuentra en el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, concretamente en las Villas (Villacarrillo, Jaén)
Curiosidades sobre los topónimos del lugar: antes de la construcción del pantano, aquella zona era conocida como Aguadero Hondo. Con los años, y por deformación lingüística, terminó llamándose Guarondo. Pero los topónimos van perdiendo el sentido con el paso del tiempo, aunque quedan esos nombres con un significado histórico. Os pongo otro ejemplo: Aguascebas. Viene posiblemente del árabe Wad as-Sibaa, “Río de los Lobos”, ya que en los antiguos mapas aparecía como Guascebas. Es evidente que por allí se establecieron manadas de lobos. En Guarondo había un cortijo llamado del Aguardentero. Hoy día ha quedado el nombre del sendero para visitar la Osera como “Sendero del Paso del Aguardentero”. Me imagino que por allí bajaría a Mogón el señor que en el cortijo fabricara posiblemente el aguardiente. También tenemos el ejemplo de “osera”: toponimia que nos ilumina en la historia de ese hermoso paisaje, donde habitaron osos, como lo hicieron lobos, corzos y tantos animales que el hombre, con su forma invasiva de vida, ha ido desplazando y extinguiendo.